Por Jorge Estrella - Para LA GACETA - Tucumán

Cuando el texto ha sido escrito, el muro elevado, los libros leídos, los senderos caminados ¿qué hacer con ellos? ¿Qué hacer con las cenizas del fuego que se fue? Cuando el mañana se abre como una rosa en la niebla, como un río arremansado en el cenagal de la llanura o una semilla en el hielo de las alturas, ¿cómo eludir la quietud mentirosa de un tiempo que sigue erosionando los minutos estériles?

Sometido por estas reflexiones paralizantes, ensayé verlo al día como venía: soleado, seco, cálido. Sentirlo como si fuera el primer día del verano con sus flamantes 28 grados. ¿Y si tomo mi bicicleta y salgo a su encuentro? ¿Resultará? ¿Hallaré algún rumbo en esa marcha? Hacía más de un año que no cabalgaba mi bicicleta

Bajé por el río, atravesé el bosque, vi al Sol oblicuo y al viento filtrarse por la arboleda, las hojas vencidas caían indecisas, llegué al pavimento y fui hasta Horco Molle. Me salió un gallo rojo, grande, vistoso y jactancioso a saludarme con cacareos como si nos conociéramos de años. Y hasta largó su canto como despedida cuando me alejé. Y un poco más arriba vi una plantación grande de durazneros, todos floridos -siempre asombra esa comunicación entre ellos vía relojería interior de la especie, esa coincidencia en un mismo acto-. Y al regreso, todo bajada, vi en el bosque a dos zorzales que se bañaban gozosamente en un charco, con tanta energía los tipos.

No sé cómo, pero sentí renacerme siendo testigo de ese entorno de maravillas.

¿El mal metafísico curado tras una pedaleada? No lo creo, se trata de un mal recurrente, y cada quien debe hallar su bicicleta para combatirlo por unas horas. Ver amigos, cocinar, caminar, tantas son las huellas a recorrer para ver al mundo embriagante de sentido, acogedor y reconfortante.

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Jorge Estrella - Escritor, filósofo.